Si quiero me compro una casa en Bariloche. En las montañas, cercana a un arroyo. Allí viviría media primavera, medio otoño y el verano entero. Tendría una casa del siglo XIX en un valle húmedo de ensueño en el hemisferio norte; donde viviría la otra media primavera, el otro medio otoño y el otro verano entero. Con cada cruce del hemisferio saltearía mis inviernos. Puedo renunciar a ellos. El repetir estaciones haría del año dos años. De dos años cuatro años. De tres años seis años. Si me fuera posible llegar a los ochenta años de edad, habría vivido mis treinta años de porteño más cincuenta años de alternar entre el sur y el norte. Serían ciento treinta años.
Sin embargo, no tengo una casa en Bariloche. Tampoco cruzo hemisferios. Vivo en Barrientos y Peña y todos los años pierdo uno. El año que viene podré llegar a los ciento veintinueve años. El otro sólo serán ciento veintiocho. Cuando cumpla treinta y tres años mi tope serán los ciento veintisiete años. Me están quitando la vida. Lentamente. Constantemente.
Tengo un campo que no puedo vender. Soy un ordinario asalariado con una fortuna extraviada. Dueño de una fortuna que no puedo tocar. Una fortuna que es mía y no me dejan tener. Una fortuna que debió y que debe ser mía. Sin ladrones, sin administradores, sin comisiones, sin médicos y peritos, sin nadie más que yo. Yo y el dinero, que no es más que la cura para la enfermedad que me roba todos los años un año. Es mi derecho y mi herencia, es mío. Debo averiguar donde lo tienen guardado.
Loquito de familia terrateniente de barrio norte. Ahora me explico un par de cosas.
ResponderEliminarEra de buena familia, de esas que lees en La Nación. Era la hija de la hija de la hija de la hija de la hija de la hija de...
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