Recuerdo olvidado


Ivonne y yo comimos postrecitos de chocolate. Supuse que le gustaban tanto como a mi. Le conté minuciosamente toda la investigación que me llevó a conocer el nombre del vecino nudista. Se río mucho de todo el asunto aunque me recomendó no meterme más en el tema. Preferí no herirla, no le dije que la opinión de una prostituta carece de autoridad. 
La conversación siguió su rumbo entre anécdotas de su infancia y la mía. En un momento ella me rodeó con sus brazos. Luego comenzó a desprenderme la camisa. Le pedí que dejara de hacer eso, pero que me siguiera abrazando.
Recordé una anécdota de mi infancia. Tenía seis años. Habíamos estado pegando brillantina en el contorno de las letras del alfabeto. En primer grado todo me parecía indescifrablemente abstracto. Estábamos formando fila en el patio aguardando a que arriaran la bandera para irnos a casa. Arriar es una palabra extraña. La había aprendido esa semana. Fernando Suárez Cornejo me golpeó desde atrás. Yo le devolví. Sus trompadas eran mucho más fuertes. Veía en sus ojos una agresividad mucho más decidida que la mía. De todas formas seguí devolviendo los golpes hacia atrás. Sus empellones cada vez me dolían más. Lo extraño e inasimilable del tema, era que él era mi amigo y me estaba atacando sin justificación. Lo hacía por gusto. Estaba por rendirme cuando nos reprendieron. Me dieron ganas de llorar a gritos, pero no lo hice. 
Volví a casa sentado en el colectivo sin hablar con nadie. Tenía un nudo en la garganta. Al llegar a casa me recibió mamá. Me abrazó y me puse a llorar.

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