Hoy pasé el día en silencio. A veces la furia es tan grande que prefiero quedarme sentado en el sillón sin hacer nada durante horas. Me dedico a dejar crecer el odio. Esporádicamente, le pego puñetazos a un almohadón.
Una vez rompí la cerradura de un ropero de una trompada. Estaba cerrado con llave y el esfuerzo de corte sobre la traba hizo que se rompiera. Me sentí muy estúpido cuando intenté abrirlo y no pude. Había quedado trabado. Giraba la llave pero no retiraba el pestillo porque se había partido al medio. Lo sacudí histérico hasta que abrió.
En otra oportunidad me enojé cuando anochecía. Deje caer la persiana a toda velocidad para que golpeara con fuerza. Uno de los dos tirantes que la sostiene cedió algunos centímetros; ahora cierra torcida. También pensaba cuanto mejor sería partirle la cara a Mariano Melgar en vez de mascullar mi odio en silencio.
Me lo encontré en el videoclub. Su mujer estaba a dos góndolas de distancia leyendo la sinopsis de una película boba. Me acerque a él, me reconoció de inmediato. Me sacó del local agarrándome del codo con fuerza. Supuse que quería sacarme afuera para que su mujer no nos viera hablando. Lo acompañe. Mientras caminábamos, Mariano Melgar se mantuvo inexpresivo.
Al salir, de un revoleo me empujó con fuerza contra la pared. Me tomó del cuello y me amenazó. Recuerdo que me dijo enfermito. No pude defenderme. A veces las cosas escapan a la lógica y me sorprendo. En esos momentos no puedo encontrar un pensamiento que me oriente. No recuerdo si volvió a entrar al video club o si se fue a su casa. Salí caminando, conté mis pasos hasta lo de Ivonne, estaba temblando.
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