Me encontré riendo en la esquina de Las Heras y Austria. A través de la vidriera de una veterinaria estuve largo rato viendo la pelea entre dos salchichas enanos color marrón. Uno de ellos me miraba con cara de dormido. Tenía al otro atravesado por encima de su lomo. Me mantenía una mirada mucosa muy peculiar (excepto cuando se distraía a causa de los mordiscones que le daba el otro en la oreja).
Recordé al pobre Zaratustra. Me avergüenza pensarlo, pero a decir verdad, su muerte me importó poco. Extraño los hábitos que compartíamos, pero no a él. No soy una mala persona. Simplemente, digo las cosas como las siento.
Había pensado en comprar ese estúpido perro. Después consideré que no tenía sentido generar nuevos hábitos compartidos para luego terminar con un perro muerto y un montón de recuerdos con ganas de ser presente. Que se muera ese perro salchicha, pensé. Seguramente tendría un genio de mierda. Terminaría gruñendo en el pasillo como un loco durante toda la noche. Detestaría no poder ir al baño por miedo a que me muerda los tobillos. No quiero un perro así como tampoco quiero mear por la ventana de mi habitación a las cuatro de la mañana. Quizás debiera comprarme un pájaro. Al menos podría llenar los hábitos que me han quedado vacantes.
"Detestaría no poder ir al baño por miedo a que me muerda los tobillos". Esta misma razón adujo Enrique VIII para justificar su relación cama afuera con Ana Bolena. Al final cedió, se casaron y le cortó la cabeza, eso es historia conocida.
ResponderEliminarHabrá tenido sus razones, Enrique VIII. Hay que entenderlo. Quizás se extralimito un poco, pero seguramente las tareas de rey fueran muy estresantes.
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