Muchos la considerarían atractiva, a mi se me hacía un tanto vulgar. Le pregunté por Mariano Melgar. Ella me dijo que estaba de viaje. Entendí porqué últimamente no lo había visto en su ventana o saliendo temprano de su casa hacia el trabajo.
El edificio de oficinas era antiguo (preferí evitar el ascensor). Crucé la calle y me senté en un café. Pensaba en la posibilidad remota de que él hubiera estado sentado en la misma mesa donde yo estaba en aquel momento. Quizás haciendo tiempo antes de ir al trabajo, pensando en el disfrute de masturbarse en el cuarto del hijo con las ventanas abiertas para que lo vean sus vecinos.
Es imperioso que tome una decisión, Mariano Melgar debe decidirse. Reconocerse depravado ante su familia y sus colegas debería darle la misma vergüenza que presentarse como Ingeniero Agrónomo ante Beatriz y yo. Son actividades incompatibles.
Al volver, lo hice en colectivo. Luego caminé hasta casa. Desde la esquina distinguí el chaleco azul y la melena blanca de Huguito (estaba tomando aire). De pronto me di cuenta de que no soy tan distinto del vecino exhibicionista, yo también miento. Si quiero (y pretendo) que él se corrija, primero debo hacerlo yo. Me disculpé con Huguito, le dije que había agarrado a patadas a mi computadora por no saber perder (me pareció que él se lo había imaginado y me sentí muy estúpido).
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