Su piel tiene manchas y muchas arrugas. Su ventana parece un balconcito. Allí se queda todas las tardes con los codos en la baranda, mirando a la gente que pasa.
Era de día. Nunca la veo de día. Ivonne quería caminar. Dimos varias vueltas a la manzana. Siempre que salgo a caminar doy vueltas a la manzana. A veces voy hasta lo de Ivonne y vuelvo.
Me gusta estar con ella. Tiene una gran puerta verde. La veo los sábados por la noche. Camino por Peña tres cuadras, cruzo y doblo en Juncal. Luego son dos cuadras más.
Ivonne estimó que el viejo arrugado tendría más de noventa años; yo creo que podría tener más de cien. Él le miró las tetas, en cada vuelta que dimos a la manzana. Yo lo miraba. El anciano no me miraba. Sólo miraba las tetas. Ahora le digo “el miratetas”. Otro día pasé sin Ivonne, tampoco me miró.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarTambién soy un miratetas, qué tanto. ¿Hay algo mejor que explorar y experimentar métodos para mirarlas impunemente?
ResponderEliminarNo hay nada mejor
ResponderEliminar