Allí estaba otra vez. Parado en la parada del colectivo esperando que saliera. Al cabo de unos minutos salió el nudista de su casa. Además del saco azul con botones dorados, llevaba un sobre papel madera en su mano izquierda. Crucé rápidamente y lo seguí a escasos metros de distancia. Lo acompañe hasta la parada de colectivo donde hasta ahora siempre tomó la misma línea. Eso me sugiere que su trabajo es de escritorio.
Lo observé detalladamente. Detrás de su actitud arrogante (que la tiene), se distingue una mirada vacilante, insegura. Quizás sea el hecho de conocerlo en sus momentos más bajos el que me hace distinguir un cierto retraso mental en su postura y expresión. Esta dualidad de hombre de familia y pervertido para mí es evidente con sólo dedicarle unos segundos de contemplación. Por otra parte, yo podría estar condicionado por los recuerdos que tengo del vecino en su baño.
Mientras esperábamos el colectivo, me mantuve siempre detrás de él. Temía que me reconociera. Me preguntaba cual sería el contenido del sobre color madera que llevaba en su mano. Quizás llevaba fotos de pies. Hay gente que tiene una cierta debilidad perversa por los pies de la gente. Podrían ser presupuestos, folletería, cualquier cosa. Sin embargo, estaba seguro que algo en ese sobre estaba podrido. Quería ese sobre. Cuantas cosas interesantes podrían haber dentro: fotos, cartas, muestras de pelo, quizás un diario personal.
Me encontré parado inmediatamente detrás de él. Quería arrancarle el sobre. Quería empujarlo a la calle para que lo pisaran. Veía venir el colectivo noventa y tres. Él extendió la mano derecha. El sobre estaba en su izquierda, estaba a menos de un metro de mi mano. Quería arrancarle el sobre. Pensé en empujarlo para que lo golpeara el colectivo, pero no lo hice. Yo quería arrancarle el sobre. Uno a uno iban subiendo al colectivo. Avanzábamos de a poco, y yo no sacaba mi vista de ese sobre. Quería arrancárselo.
Pensé en subirme detrás de él. Nunca antes lo había seguido hasta el trabajo. Sin embargo me daba miedo que me reconociera. Me conformaba con poder darle un vistazo al contenido del sobre. Él subió el primer escalón. El sobre estaba en mi cara, podía oler el papel. La tentación fue grande. Demasiado grande. Arranque el sobre y corrí. Escuché sus gritos. Y corrí. Sus gritos me perseguían, todos gritaban. Sentía el galopar de la gente a mis espaldas. Tuve miedo, mucho miedo. Nunca antes había robado algo. Me avergoncé.
Los gritos no cesaban, por el contrario, me aturdían cada vez más. No me iban a dejar escapar. No tuve opción. Lo dejé ir. Lo revoleé. Lo tiré a la mierda. Ni siquiera tuve el coraje de dar una mirada a su interior. Espero que no me haya reconocido. Supongo que no. Ya no podré seguirlo hasta el colectivo, al menos por unas semanas.
"Esta dualidad de hombre de familia y pervertido para mí es evidente con sólo dedicarle unos segundos de contemplación"
ResponderEliminarNo me habrás estado mirando, ¿no?
El capítulo es excelente, lo mejor hasta ahora. Muestra perfectamente la patología del protagonista.
Estoy de acuerdo con Ud., es también uno de mis microrelatos favoritos
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